Un 30 de junio de 2015, presentaba el examen de grado de la maestría, más allá de ser un evento que “cerraba un ciclo”, fue el momento en el que socialicé el maravilloso proceso que viví para llegar ahí, más allá del logro académico, fue para mi un instante de reflexión, gracias a esa maestría llegué en abril de 2012, a un lugar trascendente en mi vida, la Comunidad Wixárika de Potrero de la Palmita en la Sierra del Nayar.
Quienes me conocen un poquito, saben que es mi segundo hogar, que mi ser se regocija y mi corazón canta con sólo nombrarlo, ese espacio, esas mujeres, esos niños, esas sonrisas, esos cerros, me habitan y yo a ellos, así que lo que comenzó como un proyecto de investigación, transmuto a ser parte de mi vida, de hecho a varias personas, les encontré en el camino al compartir una visita a Tawekixta “El lugar del Sol”, centro etnoturístico donde la vista a la presa te roba el suspiro, seguramente compartimos algún sublime atardecer en la cima de cerro Cuate y saboreamos la exquisita comida que nos prepararon en el fogón de leña en las cabañas esas extraordinarias mujeres que siempre nos reciben con los abrazos abiertos y una sincera sonrisa, agradezco al infinito la dicha de todos esos instantes.
Ese martes 30 de junio los nervios estuvieron presentes, no tanto por si me aprobaban o no, sino por la tremenda emoción de poder compartir la magia que me habita desde entonces, toda ella resultante de la compartición de conectar con lo que habita en la naturaleza desde tiempos ancestrales y que vive en cada ser que se da la oportunidad de escuchar y sentir atentamente. Pampariusi!
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